DEL AULA VIOLENTA AL AULA CONSENUADA
Del
aula violenta al aula consensuada I
Elkin Palma Barahona
CEID-EDUMAG
¿Qué
maestro no actuado alguna vez cual “arbitro de boxeo” en su sagrado recinto de
trabajo?
“Inicie
mi clase una mañana cualquiera, en un curso de la media técnica de mi escuela,
con mi rutina de motivación, complementada con un mensaje relacionado con la
importancia de estar informado sobre los problemas que afectan nuestro contexto
de país y ciudad. Al terminar mi primer cuarto de hora en ese bloque de 120
minutos, uno de los alumnos más inquietos desde la disciplina levanta su dedo
índice para hacer una pregunta, muy convencido de su participación para la comprensión
de los conceptos, accedí con mucha formalidad pensando en la línea de opinión
que el alumno podría platear: “profe ya está permitido el uso de celular en
clase? Desde luego me sorprendió la pregunta, porque era evidente que estaba
fuera del contexto de la clase y que además, su tono irónico me advierte que es
más una acusación que cualquier otra cosa. Mis amados colegas, no les
preguntare, ¿Qué haría cada uno en esta situación? porque no es el espacio para
un foro, porque sé que tampoco me responderían, pero sé que cada uno tendrá su
respuesta desde como concibe la dinámica de aula en esta modernidad”
El
sentido común pedagógico, consuetudinario establece que el maestro al escuchar
la pregunta hace un paneo visual para corroborar el origen de la pregunta, y
seguramente identificar al alumno que está infringiendo el manual de
convivencia, que de manera directa prohíbe el uso del celular en clases, sin la
autorización del profesor. Rompiendo los esquemas del tecnicismo pedagógico
diríamos “Esto es para problemas” Pero no fue así, pensé en que el clima de la
clase no se podría alterar y aquí no toca sino “hacerse el de la vista gorda”
en el mejor de los términos, aplicar mayéutica
evadiendo la contra-pregunta lógica y
principal ¿Quién está manipulando el celular en clase? Porque de esta forma lo
que se presentaría sería un intrincado donde generalmente resulta un culpable y
otro responsable de la “pena” que casi siempre termina “amenazado” esta amenaza
es real y sino genera una conducta violenta en clase, por si es que existe un
poco de respeto por la presencia del profesor, lo más seguro es que la misma se
genere a la salida del colegio. Mejor propiciemos la discusión de lo que esta y
no está prohibido en clase, después de haber ignorado la falta, quizás ahí en
ese gran paréntesis que nos cambió justificadamente el rumbo de la temática, en
el fondo de tal discusión podamos encontrar un interludio de reconciliación,
que para los estudiantes se puede convertir en un anécdota de grata recordación,
dirían pero ¿Cuál reconciliación si no hubo intrincado violento? Que no se
perciba a simple vista quizás, pero ahí está.
Así es la pedagogía, no está formateado el paso a seguir, pero el verdadero
maestro, casi siempre encuentra el camino de la verdadera formación, en tanto
que los modelos contemporáneos de esta pedagogía están llenos de formatos, de
hojas de rutas preestablecidas que limitan el accionar de la esencial misión
del maestro. Para un maestro convencional la prioridad hubiese sido encontrar
el culpable y es posible que la reacción de los implicado generaría una atmosfera
violenta aún con la presencia del profesor, que le tocaría sacar su linaje de
mediador, si es que le alcanza para evitar una agresión, que puede pasar de lo
verbal a lo físico y del aula a lo extramural, estas son las peleas que podemos
evitar, recurriendo desde el fondo mismo de las pedagogías alternativas a las
buenas razones.
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